Nana para un hombre adulto. Minea.

Psique contemplando a Eros

Porque sé de memoria donde encajan los versos y conozco el momento cuando te estremeces, soy yo la primera en quebrar tu silencio. Acaricio tu cabello y miro a tus ojos, acaricio tu rostro y mi mano se detiene suavemente hasta lograr que tu mejilla descanse sobre su palma. Acaricio tu espalda y comienzo a invadirte,

a abrazarte, a tenerte. Tu cuerpo, poco a poco, gesticula y despereza y yo espero que se rompa aún más que otras veces. Mi boca se detiene en tu cuello y lo beso como si fuera la primera vez que mis labios rozan tu piel. Me aparto un poco para poder acercarme más y me abro espacio para poder recorrer el valle de tus sombras mientras tu piel se eriza y tú te abandonas.

No te engaño si en este momento te digo que te quiero. Eres mi vida, mi sentido y mi silencio. Quiero tenerte en tu gozo explosivo según me estiro y siento tu cuerpo ascendiendo por el mío. Desconozco si las lenguas son prólogo o desenlace pero, en este momento, no puedo dejar de expresar mi mayor gratitud hacia la vida.

Y me olvido. Y te creces y te siento crecer y ambos palpitamos desde dentro, con el amor como único testigo, uno sobre el otro sintiendo el vaivén de las caderas, la humedad de los sexos, las estrellas en el cielo. Y te pido que desgarres mis zonas más sensibles, incluídas la dignidad y el alma, y que violes mis sueños. Y te digo -ven- y tú, sonriendo, vienes a mi encuentro.

Minea.

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