Me senté en la puerta esperando verte. Quería
preguntarte, preguntarte por la vida, convencerme de que las personas caminan y
viven y que cada uno nace y muere de manera diferente. Quería preguntarte por tu alma, quería preguntarte por tu nombre. Yo quería saber quién eres - yo soy el que soy- dijiste un día- , pero nunca te mostraste.
miércoles, 17 de septiembre de 2014
jueves, 11 de septiembre de 2014
Ajedrez (Serie de microrelatos). Minea.
I - Ira
El reloj de arena rige el tiempo sobre la mesa. Las reglas
gobiernan el juego. Yo juego con las piezas negras. Temo el próximo movimiento.
Estoy en una situación delicada. Si muevo una pieza y me equivoco, será con
todas las consecuencias. Espero el error de mi rival. Él cree que tiene ganada
la partida, se ha confiado demasiado. Mi fallo anterior fue grande, pero aún no
he perdido. En un descuido, comete una equivocación. Y rápidamente, con un peón
me zampo la reina y él explota en ira, como si la vida, sin dama que mover, ya
no fuese vida.
Minea
II - Gula
Este hombre no tiene medida. Su gula es desmedida. Come,
come y come sin parar. El peón, el alfil, la torre. Arrambla las piezas del
tablero sin darse cuenta de que le abre paso al rival para manejarse mejor. No
es un buen jugador, hace daño y sólo llena su panza. Se
come las piezas como se come su vida. Sin sentido. No se da cuenta de que no
tendrá vida más allá del tiempo que dure esta partida.
Minea
III - Soberbia
Quedamos en tablas. Hubo un cincuenta por ciento de derrota
y un cincuenta por ciento de victoria. Acabó la partida. Y ninguno de nosotros
puedo dar rienda suelta al regodeo de ganar. Ninguno de los dos pudo mostrar su
soberbia. Hubo una celebración ambigua. Volvemos a empezar de nuevo la partida.
Miriada azul
Cuando mi madre me parió, rondaba ya los cuarenta. Nadie me
esperaba con los brazos abiertos. Por supuesto, ella sabía que su marido sabía.
Estaba segura de que si en el matrimonio no se sigue el juego, las cosas
terminan por perder el interés. Ellos se conocían tanto que si uno pensaba
cualquier cosa, el otro estaba pensando lo mismo. Y, a veces, hasta lo decían
los dos a la vez, ante el asombro mutuo de ambos que siempre decían – “Qué
curioso, eso mismo pensaba yo”.
Sísifo desesperado. Minea
Sé bienvenido,
mortal, te conduciré hasta la morada de Perséfone y allí podrás interceder por
tu causa y pedirle lo que tanto deseas.
Pero mientras llegamos, te pondré al día, ya que estos parajes han cambiado
mucho desde que Homero y Virgilio los describieran.
Siete por siete. Minea
Oye, Jose, ¿sabes lo que me pasó ayer? – dijo Juan.
Jose le miró con interés mientras se mojaba los labios en el
güisqui escocés.
Antes de salir del trabajo, llamé a Laura y le dejé varios
mensajes en el contestador. ¿Te acuerdas de ella?.
La criatura. Minea
Esta criatura vive más asustada que yo. Vive llamando, rozando, arañando mi puerta, todas las noches, desde hace más de tres años. Las primeras noches hacía un ruido espantoso, hasta que llegaba el amanecer. Luego,
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