jueves, 11 de septiembre de 2014

Miriada azul





Cuando mi madre me parió, rondaba ya los cuarenta. Nadie me esperaba con los brazos abiertos. Por supuesto, ella sabía que su marido sabía. Estaba segura de que si en el matrimonio no se sigue el juego, las cosas terminan por perder el interés. Ellos se conocían tanto que si uno pensaba cualquier cosa, el otro estaba pensando lo mismo. Y, a veces, hasta lo decían los dos a la vez, ante el asombro mutuo de ambos que siempre decían – “Qué curioso, eso mismo pensaba yo”.


En realidad, ella nunca consideró en serio la posibilidad de quedarse embarazada. Simplemente ocurrió. Su marido se presentó directamente en el hospital. Yo ya había nacido.
-         He venido porque he pensado que había que celebrarlo. Para mí, lo importante es haberla tenido.
-         ¿Cómo?  - le dijo ella, con el rostro cansado, mientras vigilaba con la mirada que todo fuera bien.
-         Pero, ¿no te alegras?. Al principio, me costó aceptarlo, pero ahora me alegro de conocerla.
Su marido estaba entusiasmado. Ya se había decidido y ahora se iba a dedicar a ellas en cuerpo y alma.
-         Vale, voy a aprender a cuidar de un bebé – dijo mientras se veía andando por la calle con una niña de la mano –aunque tendré que controlar mis nervios.
-         Sí, tendrás que hacerlo, sólo hay que verte en este momento.
-         Bueno, vale,estoy nerviosa. No sé si lo entiendes.
-         Sí, si lo entiendo –
-          
El también estaba inquieto. Recordó las bromas de sus amigos cuando comentaban en la oficina su supuesta imposibilidad. Unas veces era padre uno, otras veces, otro. Y así, todos sus compañeros, uno por uno, fueron teniendo descendencia. Él lo intentaba, pero nunca llegaba. Con los años, llegó a resignarse. Pero, ahora, después de mucho tiempo, su deseo se había cumplido, aunque no era exactamente lo que él había pensado.

En esos momentos, se impuso el silencio, mientras miraba mis ojos azules desde sus ojos negros, como hipnotizado.

- Gracias – dijo ella.

- De nada – respondió él.

- ¿Entonces, te quedas?

- Sí – dijo con un tono conciliador y esperanzado.


      -  Qué curioso,  yo ya lo sabía – dijo ella, mientras yo comenzaba a llorar en la cuna.  

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