Oye, Jose, ¿sabes lo que me pasó ayer? – dijo Juan.
Jose le miró con interés mientras se mojaba los labios en el
güisqui escocés.
Antes de salir del trabajo, llamé a Laura y le dejé varios
mensajes en el contestador. ¿Te acuerdas de ella?.
¿La rubia? – dijo José que, torcíó el gesto de soslayo
mientras golpeaba pausadamente con sus dedos la mesa del bar.
Ésa, ésa… la que estaba loca. Bueno, pues no me ha cogido el
teléfono ni una sola vez desde que se fue de la empresa. Y mira que he
insistido y vamos… que nada.
Pues… la última vez que la vi, estaba bastante desmejorada, con
grandes ojeras y muy seria – replicó Jose.
Hombre, supongo que le habrá afectado el paro. Y fue tonta,
se fue diciendo no se qué sobre alguien que la acosaba y ni siquiera le dieron
indemnización. Era muy misteriosa. Creo que tenía un amante. Al principio,
cuando empezó tomábamos café y la verdad es que hacía cosas muy extrañas. Un
día fue dos veces al baño, sí, como lo oyes, dos veces seguidas. En la primera,
uno de los hombres que también estaba desayunando fue detrás de ella y estuvieron bastante rato… ya sabes,
salieron uno detrás del otro. Se creía que me iba a tragar el cuento de que no se encontraba
bien cuando regresó y claro, cuando regresó, se le había mudado el color de la cara y ale, otra vez al baño.
Esta vez cuando salió tenía mejor tono, pero se rascaba la nariz. Claro, no
pude evitar preguntarla si se metía, ya sabes, si se metía coca porque niñas
como ésta…. Bah, me dijo que estaba mal de la cabeza, que sólo era alérgica.
Qué casualidad – le dije – alérgica en el mes de enero… Pues sí, porque en
enero florecen las arizónicas – me respondió – y además se atrevió a decirme que la dejase en paz, con su típico
aire de superioridad.
- Oye, Juan, creo que estuviste y estas demasiado
obsesionado con Laura. Hace tiempo que ya se fue y nadie demostró nunca que fueran
ciertos lo que contabas sobre ella. Además, hará tiempo que no la ves, ¿Por qué
no la olvidas?.
Calla, calla… Déjame que te cuente. Uno de esos días en que
estaba en una reunión con el jefe – tú te has fijado, con el jefe, seguro q
también tenía algo con él – metí la mano en su bolso y saqué su carné de
identidad. Allí estaba, la dirección de su casa. Y como yo estaba harto de
cenar la mayoría de las noches sólo, me animé a ver qué era lo que cocinaba. Un
día sí y otro no, me acercaba a su casa,
una casa baja en medio de la nada… en la que la ventana de la cocina daba a la
calle. Al principio, me mantenía lejos, sabía más o menos lo que cocinaba por
el olor, pero poco a poco, me fui acercando y de esa manera podía verla tras
los visillos. La veía cocinar, a veces
fumar, desvestirse… hay que tener poca vergüenza para desvestirse tras unos
visillos, ¿no crees?... Entonces fue cuando comencé a tirar piedras a las demás
ventanas. Era divertido verla cómo corría hacia donde rebotaban las piedras.
Tardó mucho en sorprenderme. Y el día que lo hizo, la muy puta, se metió dentro
muy deprisa, corrió todos los cerrojos y llamó a la policía.
- ¿Y qué pasó? – preguntó Juan sin demasiado asombro.
Pues nada, yo estaba en la calle, en la vía pública, como
puede estar cualquier ciudadano. Ella presentó una denuncia, pero no pasó a
mayores. Nunca pudo probar nada. Bueno… ya sabes, fue cuando me relegaron de mi
puesto y me dieron uno en el almacén… lo que hace estar liada con el jefe,
¿eh?. Yo sólo quería acercarme a ella, quererla, hacerla entender que me
gustaba… pero nada. A partir de ese día, procuré salirme con la mía. Hacerla
entender que a mi no se me ofende ni se me rechaza. Si no me podía amar, desde
luego que no me iba a mostrar indiferencia. Comencé a seguirla con el coche.
Procuraba salir a la misma hora que ella y circulaba a su lado, tocando el
claxón. Otras veces la esperaba a la entrada. Antes de que ella llegase, ya
estaba yo en el aparcamiento esperándola y me quedaba quieto, mirándola sin
compasión. Luego, tuvo una temporada que venía en metro, no sé por qué. Después
de no verla durante unos días en el parking descubrí su nuevo recorrido, así
que, si ella iba en metro, yo también.
Llegué a mandarle una veintena de mensajes por día, pero ni
por esas. Y en esos mensajes le suplicaba que me mirase, al menos, como un
amigo, de momento. Pero, la muy cerda ni respondía a eso. Y mira que yo iba con
toda mi buena voluntad.
Las mejillas de Juan enrojecían de ira por momentos.
-
Oye – no te pongas así, que parece
que esta conversación te está afectando mucho.
-
-
¿Qué no me ponga así?... - dijo
Juan levantando la voz - Mira que se lo dije, que todo el mal que me estaba haciendo
y lo mucho que yo estaba sufriendo lo iba a pagar por la ley del siete.
¿Conoces la ley del siete? – Dijo Juan con una rabia inusitada– Pues significa
que todo lo que hagas te será devuelto siete veces, y si haces el mal… ya
sabes, siete veces peor…
Pero… No lo entiendo bien… ¿qué es eso del siete? , ¿qué has
hecho Juan?
_Siete, siete veces que no me cogió el teléfono ayer … Siete
veces que me rompió el corazón. Siete veces que me dijo que no. Pues eso, siete veces lo iba a pagar… sólo
había que pillarla desprevenida, una noche de esas que llegaba tarde porque
vete tú a saber con quien estaba, esa puta iba a saber lo que es estar sola y
desamparada, como yo... siete… me suplicó siete veces, una por cada puñalada.
Minea
Me ha hecho meterme en la piel de Laura. ¿Cuántas Laura hay por ahí...
ResponderEliminarEn un relato muy bueno.
Tere
Me alegra que hayas pasado por aqui y, sobre todo, que te hayas quedado a leer. Dentro de poco nos vemos, que hace ya tiempo y te echo de menos, amiga.
ResponderEliminarBs, Isa.