LA CAJA
POR RUBÉN CHACÓN
Desde que tiene uso de razón, su existencia no ha sido más
que el resultado de sumar los segundos que dura una actividad, a los lapsos
temporales invertidos en rutinas precedentes y posteriores. Todos ellos
escrupulosamente anotados y registrados con la rigurosidad de un contable. Inclinado
sobre el escritorio, arropado por la penumbra de su estudio, el relojero,
visiblemente apesadumbrado, repasa de nuevo los guarismos a la luz de una vela
miserable cuyo pábilo rebaña ya los últimos grumos de cera… Sobre la mesa, un
abigarrado y enorme reloj dorado rompe el silencio con la determinación de un
metrónomo.
-
¡He
perdido tanto tiempo…! –se lamenta cubriéndose con las manos ajadas su arrugado
rostro.
Hubo una época en la que el transcurrir de los segundos no le
permitía escuchar sus propios pensamientos. Cientos de relojes minuciosamente
desparramados por decenas de habitaciones pueden convertirse en demasiados
miles de testigos