LA ERÓTICA EN EL PODER
POR RUBÉN CHACÓN
“¿Dónde coño estoy…?”, se preguntó al recuperar la
consciencia. Tenía los ojos desmesuradamente abiertos. Tanto que no tardó en sentir
fatiga en músculos faciales que ni siquiera sabía que tenía. Aún así no era
capaz de percibir ni el menor atisbo de luz. Las sienes le palpitaban. Y cada
latido era un martillazo atroz sobre sus huesos parietales.
“Menuda cogorza me debí agarrar anoche”, pensó paladeando ya
las atroPces consecuencias de la resaca. Sin incorporarse de la cama, sacó su
mano de debajo de las sábanas y la agitó frente a su cara. Pero la oscuridad de
aquella habitación era tan densa que ni siquiera llegaba a intuir los perfiles
de sus dedos. Incluso llegó a plantearse la posibilidad de que se hubiera
quedado ciego. Aquel macabro pensamiento le habría divertido de no haber sido
por ese maldito frío. Aquella temperatura le era tan ajena… Ni siquiera en su
residencia alpina sobre el lago Maggiore se había visto expuesto a los rigores
de un frío como el que ahora mordía su brazo desnudo.
Se apresuró a ocultar de nuevo el brazo bajo las sábanas con
la esperanza de que aquel gesto le ayudase a volver a enterrar su trauma
infantil. Se estremeció al sentir el inesperado roce de sus propios dedos sobre
el rostro. Entonces percibió aquel aroma inconfundible y, con él, recuperó
algunas escenas fragmentadas de la noche anterior: una suite de la Gran
Manzana; la imagen de su pies calzándose las pantuflas con el logo del hotel al
salir de la ducha; su propio reflejo en el espejo del suntuoso cuarto de baño;
el cosquilleo en el cuerpo cuando se intuye la presencia de alguien más… Sí,
eso es… Allí estaba, inclinada sobre la cama, fingiendo estirar las sábanas y
no haberse dado cuenta de que yo estaba en la ducha. Pero a mí no me engañaba:
yo tengo caladas a esas golfas. Las muy guarras… Todas me conocen. Hasta las
más paletas. No tienen ni puta idea de a qué se dedica la organización que dirijo.
Sólo les importa la pasta: la huelen. La huelen y mueven el culo como gatas en
celo. Nadie mueve el culo de esa manera al hacer la cama. Y a buen entendedor…
La ventaja de aquella terca penumbra era que potenciaba
hasta el extremo su sentido del olfato,
ya de por sí bastante fino. Se deleitó durante varios minutos con aquel
olor dulzón y algo ácido que aún impregnaba sus dedos. Le extasiaba el olor de
un buen coño. Sin dejar de husmear la palma, el dorso y aún los espacios
interdigitales de su mano derecha, con la izquierda le dio curso a la necesidad
que una ostentosa rigidez denunciaba bajo las sábanas. A pesar de ser diestro
siempre obtuvo más placer pajeándose con la izquierda. Esas cosas no eligen: es
el propio cuerpo el que te las reclama. Por supuesto que, en ocasiones, volvía
a la carga con la derecha… Pero es como el que vuelve a las huevas de lumpo
después de haber probado el beluga.
De hecho, a pesar de estar ya entrado en años, solía
disfrutar mucho más del “amor propio”, como a él le gustaba decir, que de las
relaciones con mujeres de su edad. Claro que la cosa cambiaba con las
jovencitas. Con ellas y con las camareras de pisos. Tenía que reconocer que
esas eran su debilidad. Siempre haciéndose las desprevenidas, pero siempre
contoneando sus enormes y suculentos traseros.
Para potenciar el orgasmo se llevó los dedos a la boca y se
los relamió. Nuevas escenas de la noche anterior se agolpaban tras su retina:
él acercándose por detrás; él desanudando el albornoz; el brillo purpúreo de su
ariete enhiesto; las medias de encaje adivinándose bajo la faldita de aquel
uniforme ridículo; un ansia animal apoderándose de su voluntad… La maestría de
aquella mano zurda bombeando frenéticamente bajo el cobertor conseguía hacer
aflorar más y más imágenes de la noche anterior: él abalanzándose sobre la
camarera; la expresión en el rostro de ella, como haciéndose la sorprendida; el
consiguiente forcejeo para tratar de hacerme creer que ella no me desea; un grito ahogado; la
tela rasgándose; alguna que otra “caricia” para domar a la bestia... Y su
calor; su calor interno… Su calor húmedo… ¡¡Jóoooderr!!
Ya no le muerde. Por fin la muy puta ha comprendido quién
manda. Seguro que después hasta se lo cuenta a sus amigas… Aunque, es posible
que esta vez se haya excedido un poco. Ya se sabe: el ímpetu de las artes
amatorias. En fin, después le soltará unos pavos. Será generoso. Eso les gusta
y él tiene una reputación que mantener. Que no se diga… Sí, le dará mucha pasta
porque ha interpretado muy bien su papel y le ha proporcionado más placer que
otras de su calaña. Sí, mucha pasta… Pero más tarde… Ahora precisa del descanso
del guerrero. Es tan dulce y grata esta sensación…
La luz hiere desmesuradamente sus ojos. Pero, ¿qué cojones…?
Se cubre los párpados con ambas manos sin darse cuenta de que, al hacerlo, se
pringa toda la cara con su propio semen. Vuelve el frío. Esta vez muerde todo
su cuerpo. Dos pares de manos toscas le asen firmemente y le obligan a
levantarse del catre. Un tercero le propina un rudo empellón para encaminarle
hacia la puerta de la celda al tiempo que le espeta: “Arre banquerito… Que ha
venido tu abogado. No le hagas esperar”.
Demasiado confuso, dolorido y aturdido como para abrir los
ojos, se deja arrastrar hasta la sala de visitas. “¿Dominique…? ¿Dominique,
estás bien?”. Al fin una voz familiar. Se anima a entreabrir los ojos. Se trata
de Jacob, su mano derecha (en sentido figurado, no la que aún huele a coño).
“Dominique, déjame decirte que, como abogado tuyo, haré todo lo humanamente
posible por sacarte de aquí”. Tras una pausa, Jacob añadió. “Ahora bien, como
amigo, déjame decirte que eres un hijo de la gran puta…”.
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