Llego
unos minutos tarde a nuestra reunión. En el despacho, Anna está esperando
sentada al otro lado de la pequeña mesa de cristal. Ella no me ve y aprovecho
para observarla desde la puerta. Su aspecto, como siempre, es impecable. Lleva un traje de raya diplomática y el pelo
recogido en un moño alto. Sus gafas de pasta negra no consiguen ocultar el
poder de su mirada, de un color azul claro casi plateado.