Querido
Padre:
Espero
que perdones mi demora. He retrasado mucho tiempo esta misiva. Te debía una carta, unas palabras, un pequeño
homenaje y me disculpo por no haberte escrito antes.
Hoy,
mi corazón ya se ha calmado y mi alma ha aceptado tu muerte. En esta mañana
lluviosa, he querido recorrer de principio a fin el puente que cruza desde la tierra hasta el
cielo. En realidad, sólo quería volver a verte y en la imposibilidad de
hacerlo, al menos, recordarte.
Tu
enfermedad me mantuvo, aun más si cabe, a tu lado. Compartí contigo tus últimos
días. Pasé mucho miedo y me sentí impotente: a ti te dolía todo el cuerpo y a
mi se me desgarraba el alma. Hoy, pienso que, al fin y al cabo, fueron días
bellos. Te entregué todo lo que llevaba dentro y te fuiste asido de mi mano, un
veintiocho de septiembre, a las tres y veinte de la noche. Al día siguiente, me
sorprendió ver tu cadáver. En tu rostro se dibujada media sonrisa y la muerte
te devolvió la serenidad que siempre habías tenido en vida. Parecía que, por fin, descansabas. Te besé y me sentí
aliviada. ¡Qué sentimiento tan contradictorio, padre! Tú te ibas y yo quería
que te fueses, pese a todo lo que te amaba.
Vino
mucha gente a despedirse de ti. Realmente, sintieron tu muerte. La mayoría de
ellos te querían. Alejandro lloraba como un niño, a tu hermana le temblaron las
piernas, tu hermano me ayudó durante todo el día, Mario llegó recién operado de una fístula y estuvo toda la tarde
sentado, cerca de ti, en un cojín con forma de flotador. Se acercaron tus sobrinos y toda tu familia política, el vecindario
y aquellos amigos con los que pasabas tanto tiempo hablando: Chelo, Pepi,
Isidoro, Antonia, Alfonsa, Jesús, Paco, Cándido, Ángel, Carmen, etc. Y
también, los jóvenes del barrio, los
chavales, según tú, de 30 o 40 años que encontraban en ti a un buen confidente.
Vinieron antiguos compañeros de tu trabajo, ya jubilados, y compañeros del mío
y del de mi hermana. Tu familia de Jaén recorrió los kilómetros pertinentes.
Apenas me acordaba de ellos, pero aún así los atendí con todo el cariño que
pude. Sólo noté que una o dos personas se presentaron por compromiso y los
despedí con mucha diplomacia. Luego, por la noche, te velamos la familia más
cercana. Yo no quería dormir, deseaba estar viéndote hasta el
último momento, pero el agotamiento me hizo caer en un sillón y despertar al
alba. El cortejo fúnebre casi no lo recuerdo. David, nuestro médico, me dio un
tranquilizante a última hora, porque estaba a punto de perder los nervios. Y, a
partir de ese momento, es todo como una
nebulosa. Cuando el féretro fue introducido en el nicho, rompí a llorar. Hasta entonces, no había soltado ni una lágrima.
Después,
un compañero que, curiosamente, tiene un segundo trabajo como conductor
funerario y había pedido atender tu entierro, nos llevó a casa. Mamá en
silencio, yo en silencio, y todo en silencio. Más tarde, tu hija mayor empezó a sacar tu
ropa de los armarios y la enviamos a una ONG, tal y como tú, en tu generosidad,
habrías querido. Nos deshicimos de bastantes cosas, pero también guardé muchas
que hoy en día me siguen acompañando y recordando el gran hombre que fuiste. Me
dejaste todos tus libros -tú sabías bien lo que me gustaban- y tus colecciones
de monedas antiguas, sellos y billetes. Sigo cuidando de
tus plantas. Los limoneros, el naranjo, el olivo, el granado y el cerezo han
crecido mucho y cada año celebro la vida con ellos cuando dan sus frutos.
Recuerdo
las tardes de campo, la siega, las vacaciones
en la playa, tu regreso por la noche del trabajo, casi siempre con algún regalo para nosotras, los domingos de rastro, tu gusto por la música, tu compromiso político con los más desfavorecidos, la crisis económica que
tuvimos en los años 80, y que, humildemente, nos enseñaste a aceptar y la
recuperación de la misma años más tarde. Tu satisfacción el primer día que fui
a la universidad, la ilusión con que cogiste en tus brazos a los nietos que
nacieron, Oscar y Laura, la abnegación que empleaste en la enfermedad de mamá y la forma en que
la cuidaste. Mamá está en casa, conmigo. Después de tu muerte, hemos seguido
pasando por hospitales con ella. El
tenernos a su lado, tal y como tú nos enseñaste, le da fuerzas para vivir. También me acuerdo de aquella vez que te enfadaste conmigo y
estuviste tres días sin hablarme. Y del día que bebí demasiado y me llevaste al
hospital, preocupado por mi estado pero, al mismo tiempo, divertido por mi inconsciencia. Y de cuando se nos rompió el coche una noche de
lluvia en una carretera que, por no tener, no tenía ni nombre. Y de Olimpo, nuestro perro, que se escapó y estuvimos dos días buscándolo, hasta que tú lo
encontraste. Y de tantas cosas más. ¡Toda una vida, padre, toda una vida!
Papá,
es mi corazón el que ha narrado esta carta. Tengo fé en que mis palabras puedan
volar a través del viento y que, de alguna forma, te
lleguen. Ya no puedo verte ni besarte, pero sí hablarte, al menos, ahora. He
necesitado tiempo para romper la barrera que me impedía hablar de lo que te
quise, de lo que te quiero, de lo que siempre te querré. De lo que fuiste, de
lo que eres, de lo que siempre serás para mí: Mi padre, mi amor.
Minea.
PD.- Relato real en un 99%. Dedicado a mi padre, F.N.Guillén (I.Guillén).
PD.- Relato real en un 99%. Dedicado a mi padre, F.N.Guillén (I.Guillén).
Por fin, he podido escribir una carta a mi padre. Hoy, que hace años que murió. Quería ir al cementerio y aún no he podido por el trabajo y por la lluvia. Esta tarde tengo libre, si la lluvia me da un respiro, iré a ponerle unas flores,no con alegría, claro, pero sí satisfecha de haber roto la barrera que me impedía escribir sobre él.
ResponderEliminarBesos a todos, amiguitos. Isabel.
Enhorabuena Isa!
ResponderEliminarGracias, Alvaro.
ResponderEliminarTodo tiene su momento, escribí la carta sin parar, y luego sólo le tuve que corregir puntuación. Fui al cementerio, pese a la lluvia y la verdad, es que me sentí muy bien.
Un beso.
Estoy emocionada con tu carta. A través de tus emotivas palabras, me identifiqué contigo de principio a fin. Veo que ambas tuvimos la suerte de tener grandes hombres, como padres. Qué bueno que has podido escribirle el amor que siempre será suyo.
ResponderEliminarRecibe mi abrazo cariñoso.
Miranda
Gracias Miranda. Me alegra mucho que hayas pasado por aquí. Ya sabes que estás invitada a participar, comentar o escribir si quieres. No hace falta decirte que pases por el blog cuando quieras o cuando puedas. Ya ves que somos varios escribiendo por aqui, el proyecto es bonito y esperamos que siga adelante.
ResponderEliminarUn beso fuerte, Miranda.
Bravo por tí Isabel y por tu padre que segun nos cuentas seguro que era un gran persona, me he emocionado con tu relato que me ha llevado al recuerdo del mío, extraordinario.
ResponderEliminarGracias Jose. Ya ves, con qué soltura se pueden contar las cosas cuando se rompe la barrera y se habla con el corazón.
ResponderEliminarY bravo por tu padre, también. Bravo por todos los buenos padres del mundo. A los malos, que les den, jeje.
Besos.
Isa, maravilloso retrato, que nos lleva a una persona estupenda. Me ha encantado. Un beso, guapa.
ResponderEliminarGracias Rocío. Al final, este relato lo enmarco con una foto real de mi papi y mia. Le ha gustado a casi todo el que lo ha leído y bien contenta que me siento con ello. Una vez que escribes, luego ves siempre alguna cosilla para cambiar, para quitar, para aumentar... pero creo que este lo voy a dejar tal y como está.
ResponderEliminarLas cosas que salen del corazón, salen de ahí, y así son.
Besos. Isa.