EL NOVIO DE LA MUERTE
POR RUBÉN CHACÓN
- Nadie en el tercio sabíaaa…
-entonaba orgulloso y viril el señor Fausto, mientras “la Niña” arrodillada
frente a él le hacía uno de sus trabajitos- …quien era aquel legionaaaa… -
súbitamente, el grave torrente cascado y cazallero del viejo se aflautó hasta
convertirse en un agudo hilillo de voz, que estalló en una violenta y agarrada
tos. Una flema sanguinolenta surcó el mentón mal afeitado del anciano antes de
caer al suelo, junto a la rodilla derecha de “la Niña”.
- Debería usted cuidarse más,
señor Fausto –murmuró “la Niña” sin atreverse a levantar la cabeza. Nadie mejor
que ella sabía cuál era el color que empleaba la muerte para
hacerse anunciar. Su madre pasó a mejor vida escupiendo los pulmones poco a poco. Y aquel gargajo junto a su rodilla derecha era de la misma tonalidad. De la mismita con la que sus sábanas se teñían durante la noche cuando ella misma se ponía a morir con aquellos arrebatos de tos.
hacerse anunciar. Su madre pasó a mejor vida escupiendo los pulmones poco a poco. Y aquel gargajo junto a su rodilla derecha era de la misma tonalidad. De la mismita con la que sus sábanas se teñían durante la noche cuando ella misma se ponía a morir con aquellos arrebatos de tos.
- ¡Mira lo que le fue a decir la
sartén al cazo! –replicó el viejo cuando acabó de limpiarse la boca con el bajo
de su roída y amarillenta camiseta de hombrera-. Ni que tú fueses la viva
imagen de la lozanía. Siempre tan magriña y ojerosa…, tan poquita cosa –y
dejando caer un enjuto brazo, posó cariñosamente una mano sarmentosa sobre la
cabeza de la chiquilla-. Anda, tú sigue a lo tuyo, ¡que no te pago por hablar!
Mira, si te esmeras, luego te daré una perra gorda para que puedas irte a comer
un buen plato caliente an cá la Emilia, ¿estamos?
El señor Fausto sabía que sólo
hasta que no hubiera completado la faena, no se atrevería “la Niña” a alzar la
vista. Entonces le preguntaría la historia de alguno de los tatuajes que
garrapateaban su torso y sus brazos. A él le gustaba hacerlo. Cientos de anécdotas,
algunas reales, otras inventadas, imposible distinguir ya las unas de las
otras. Allí estaba la historia de su vida, marcada sobre su piel, haciendo que su
cuerpo se asemejase a ese Corán barroco que le robó a un moro cabrón antes de
que casi le dieran boleto en Annual.
- Pues esto ya está, señor Fausto
–dijo al cabo de un rato “la Niña”, poniéndose en pie y alisándose el vestido-.
Fíjese, han quedado como nuevos. Estará guapísimo para el desfile, ya verá… Por
cierto, ¿cuándo será? Me gustaría ir a verle.
- ¡Ah, está claro que algo de
atención prestas a lo que te dice este viejo chocho! –se sorprendió el señor
Fausto. No sabía que le hacía más feliz, si comprobar que ya no se pisaba el
bajo de los pantalones de su precioso uniforme, o sentir que aquella chiquilla
se preocupaba sinceramente por sus cosas-. Será en mayo del año que viene,
durante los actos de conmemoración del 25º aniversario de la creación del
glorioso Tercio de Extranjeros, en el que tuve el honor de…
-¡Pero para eso falta mucho
tiempo aún, señor Fausto! –le interrumpió abruptamente “la Niña”, dejando
traslucir, muy a su pesar, su confusión-. Tanto que si hoy tuviese mi primera
falta, para fecha tal ya sería madre…
- ¿No sabes que al que madruga
dios le ayuda…? –replicó el viejo a modo de excusa y rehuyéndole los ojos.
- Ya –musitó “la Niña” con la
mirada absorta en aquel turbio escupitajo sobre el suelo.
Hala... que atracón te has dado de publicar... tú, o todo o nada. Esta noche te los leo en casa k ahora estoy currando y tampoco es que me pueda entretener mucho. Besos, Rubén y gracias por unirte al blog y publicar con nosotros. Isa.
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