Tranquilo. Josheras.

Como todas las noches de los ùltimos dias, Tranquilo salió de la guarida para lanzar sus tristes aullidos.

Tranquilo aulló y su aullido fuerte y prolongado fue devuelto por su propio eco. Después, como si hubiese vaciado todo su ser en aquel aullido se tumbó a esperar el dia.

-Miralé-, oyó decir al padre, -lo único que hace bien, es aullar.

La madre de Tranquilo fue hasta él y le lamió la cara.

-¿Por qué no vas a cazar, hijo?. Tus hermanos ya hace tiempo que se valen por si mismos, ya te pasó la época del destete y no puedes seguir comiendo de la comda de los demás.

Tranquilo miró a su madre y con sus grandes ojos pidió comprensión.

Madre, no puedo matar. Vosotros matáis animales inocentes, seres que no se puede defender.

Tenemos que comer. Somos lobos. A nosotros nadie nos da la comida. Es nuestra ley, matar para sobrevivir y tu no puedes ser un parásito de la manada: o cazas, o los tuyos te abandonaran.

Tranquilo cerró los ojos. Quería alejarse de la realidad y soñar, volver a ver en sus sueños aquella cordera menuda de patas finas y lana blanca y esponjosa. Quería volver a acompañarla en su sueño, como aquel día que la vio perdida, dando vueltas por la pradera y él la guió hasta el establo haciendo cabriolas para que no se asustase.

Desde aquel encuentro con la cordera, Tranquilo se escondía dia tras dia entre los matorrales a observar el paso del rebaño. Tenía miedo de que su cordera se volviese a perder y cuando la veía se ponía tan nervioso que su cuerpo perdía la calma.

Tranquilo envidiaba a los perros, los veía parecidos a él. En una ocasión quiso acercarse a ellos. Pensó que le admitirían, pero no fue así, los canes le ladraron y sacaron sus colmillos y el humano que guiaba el rebaño, levantó un palo que le hizo correr hasta la guarida.

-Lo hemos visto, lo hemos visto, Tranquilo movía el rabo a los perros y ellos casi se lo comen- dijeron sus hermanos.

Esa noche sin luna, Tranquilo aulló y lloró.

-¿Quién soy yo?-, se dijo, ¿Qué barrera me impide ser amigo de otros animales, y alimentarme de hierbas como los corderos?.

Al dia siguiente su padre habló: -tus hermanos y yo te enseñaremos a cazar, estás obligado.La comida escasea y hay que aprovechar antes de que se lleven el rebaño a buscar otros pastos.

Tranquilo pasó todo el día temblando. Por primera vez en su vida, no comió nada, ni siquiera aquella pata que la madre le pasó.

Vino la noche, el padre encabezaba la expedición. Estad confiados, somos muchos, no habrá problemas con los perros, se asustaran al ver a tantos lobos. Saltad por la valla de atrás, ahí estan las más tiernas, son jóvenes y confiadas ordenó el padre.

Tranquilo la vió. Allí estaba su cordera, dormida, apoyando su lomo en otra de lana grisacea.

-¡Ahora!- susurró el padre- y Tranquilo saltó sobre su cordera, la cubrió con su cuerpo protegiéndola.Tranquilo notó que su cuerpo se rasgaba con el primer dentellazo. Después, con la pérdida de sangre, el dolor fue amainando mientras su cuerpo se hundía más y más en la blandura de aquella lana.