Trazo a Trazo. Minea.

Querida profesora:

Ahora que estoy siendo dibujado, percibo unas magníficas sensaciones. Estoy siendo creado por una niña muy bonita y muy dulce. Soy muy feliz porque ella me imagina cada día y me cuenta sus sueños y sus pequeños miedos.

Le hablo a usted porque quiero hacerle partícipe de que a mi no me gusta el color rojo. En realidad, me gustaría que mi pantalón fuera azul. Guíe usted la mano de su alumna y dígale que me pinte de este color, que me haga un talle largo de pierna y unos hombros anchos, así como unos ojos grandes y una franca sonrisa.

Me encanta ver como la  niña perfila mi figura con sus lapices. Usted, como buena profesora, no debe de dejar mis sueños incumplidos. Haga que el trazo del cuerpo sea más suave. Una vez que tome vida, no me gustaría sentirme tenso.

Cada día, sueño que las manos de la niña me terminan. En el tiempo que trascurre de una clase a otra, me quedo solo y entro en un vacío difícil de explicar, que amenaza con destruirme. No me gusta estar con un simple trazo de contorno ni que me dejen sin color. No me gusta estar tan quieto en las horas de sueño porque es casi como si estuviera muerto. Por la noche, añoro el tacto y la mirada de la niña. Apenas estoy comenzando a vivir, sólo alcanzo a comprender el proyecto que puedo llegar a ser.

Ser dibujo no está mal, querida profesora, pero le pido, y se lo pido porque lo deseo fervientemente, que aplique aún más a su pequeña, que le obligue a utilizar tonos más fuertes y reales, que le enseñe a utilizar la goma de borrar allí donde se confunda  y que no pare hasta que me termine del todo, hasta que yo pueda nacer como el hombre que esa chiquilla está creando.