Monólogo. Sin posibilidad de dialogo, monólogo.
Siempre me gustó
conversar, desde pequeña. Mi madre decía: “niña, hablas hasta con las paredes”.
Por eso al principio lo que más extrañé fue el silencio. Mis gritos se perdían
en el vacío de mi casa. Mi gran casa.
Cuando vino a vivir la señora Robbins,
aunque reconozco que no me gustó la idea de que invadiese mi espacio, también
pensé en que podríamos hacernos compañía. Pero ella era incapaz de oírme. Siempre
ha funcionado así, pero yo no lo sabía y tuve que aprenderlo. Un día harta de
la situación, exploté de ira, estrellé un jarrón contra la pared. Las dos
gritamos a la vez. Ninguna de nosotras sabía lo que había pasado. Ella había
visto un jarrón estallarse en el aire. Yo, por primera vez, había conseguido
tocar un objeto sin atravesarlo con mis dedos. Ese fue el principio de mi
proceso de aprendizaje. Podía manipular objetos si me concentraba y ponía toda
mi energía. Así empecé a mover sillas. Bajar persianas. Tirar platos al suelo.
Descolgar vestidos. Deshacer las camas…
Cada día aprendía
algo nuevo. Y la señora Robbins también. Un día era resquemor. Un ligero
temblor en las rodillas. Otro día gritaba.
Se escondía bajo las sabanas o incluso se desmayaba. Ese intercambio de reacciones
forjó nuestra relación a lo largo de casi cuarenta años. La señora Robbins era
una solterona empedernida, apenas salía de su casa. Mejor para mí. Los últimos
años de su vida llegó a acostumbrarse a mis juegos y travesuras. Tan sólo se
sobresaltaba levemente con mis acciones. Era entendible. A todo nos
acostumbramos. El día que murió sentí que algo de mí se perdía con ella. Si no
hubiese sido tan intangible supongo que habría podido llorar. Después llegaron
días de oscuridad y silencio a mi casa. No sé cuánto tiempo pasó. Es complicado
contar días idénticos en los que no hay nada que hacer sino recorrer pasillos
abandonados día y noche.
El estruendo
llegó de repente. Los Gómez habían llegado. Tras una larga reforma, en la que
me escondí en el desván, la familia se instaló. Padre, madre, hijo e hija
adolescentes; todos en mi casa. Esto será divertido, pensé. Aún no les conocía.
El señor Gómez
nunca estaba en casa. Siempre fuera, cuando llega por las noches apenas
intercambia un par de frases con su mujer y cae profundamente dormido. A la
mañana siguiente desaparece de nuevo. Con los hijos no se puede decir que la
relación fuese más fácil. La chica, no pasa demasiado tiempo tampoco y el poco
lo dedica por completo a su persona. Tratamientos de belleza, nuevos peinados,
cambios de vestuario, y fotos. Muchas fotos. Se pasa el día haciéndose fotos.
Posando. Sin posar. En todas sale ella. El muchacho es más tímido, demasiado,
tal vez. Recorre los pasillos arrastrando los pies ataviado con enormes
zapatillas de deporte, ropa muy holgada y unos enormes auriculares que rara vez
se quita. No mira a nada ni a nadie que no esté en una pantalla. Las tiene de
todas las formas y tamaños. Minúsculas. Portátiles. Atornilladas a las paredes.
Las veces que intenté hacer un ruido por donde él pasó supongo que fue incapaz
de oírme. Por último, la señora Gómez, es una fanática de la redecoración. No
contenta con la reforma cambia constantemente los muebles de sitio. Compra
armarios imposibles que no sé manipular y no puedo mover ni tirar. Tampoco
encuentro los libros ni la cerámica, con lo que me es imposible hacer mis
espectaculares prodigios de enciclopedias voladoras o platos estrellados. Todos
esos cacharros nuevos que hay por la casa ni siquiera sé cómo descolgarlos de
las paredes.
Mis intentos por
llamar la atención a cualquiera de los Gómez siempre acabaron igual: siendo
ignorados. Esta gente está demasiado ocupada para prestar atención a nada que
no sea ellos mismos.
Aburrida y
asqueada un día me cansé y dejé de intentarlo. Volví al desván y allí paso mis
días ahora. En el único reducto de mi casa que no ha sido invadido. En
silencio. Sin comunicación alguna. Sin
posibilidad de dialogo: monólogo.
@lF Abril 2013
Me gusta el texto. La idea es muy buena, aunque ya sabes que no es un monólogo, sino un relato en primera persona. Pero, está guay.
ResponderEliminarQuizás, si tuvieras tiempo podrías pasarlo a monólogo, no es difícil.
Sé que te tengo que mandar el relato lobuno corregido y a éste también le hecharé un vistazo. Pero, para la próxima semana, jejje, sabes q suelo cumplir, aunque lo haga tarde.
También tengo un par de relatos míos que te mandaré para que corrijas (jo, trabajamos mano a mano). Y también pedirle a Jose que me deje leer el suyo. Y pasaros el mío. Parece poco, pero con todas las cosas que he tenido que hacer en estos últimos días, no he tenido tiempo para ello. Pero, la semana que viene meto el turbo.
Bs. Isa.