jueves, 30 de mayo de 2013

Regalame tu olvido. Minea.



Te amo, te amo, te amo… ¡Mi amor, sólo deseo verte!

 ¡Ay! Aquella carta la rompí hace mucho tiempo, pero no he logrado borrarla de mi memoria. Estaba llena de ansia. Había logrado localizarme.

Ni te imaginas lo que llevo dentro. Te marchaste sin decir ni una palabra. Sólo deseo que vuelvas a casa. Te extraño. Paso las noches a un costado del sofá, junto a la ventana. Desde que te fuiste no he vuelto a dormir en nuestra cama. No sé qué hacer sin ti. El vapor ya no empaña el espejo cuando sales de la ducha…Tu ropa aún sigue esperando tu regreso. Y tus zapatos también. Alguna vez entenderás lo grande que es mi amor, tan real como el aire que respiro. Vuelve a casa. Eres la única mujer de mi vida.

La única, si… Después de mucho tiempo entendí que era la única que se creía sus mentiras y también sus ofensas: que que gorda estas, que no me satisfaces, que no vales para nada. Que si me he gastado el dinero, que si el fin de semana que viene tengo un viaje de trabajo y yo, a esperar en casa, que para eso estaba. Y a lavar, a lavar los calcetines, los jerseys y la camisa  blanca, manchada de carmín, y a fregar el suelo de la casa y a sacar brillo a los cristales. Todo tenía que estar impecable para cuando él volviese si no quería que explotase una tormenta de reproches.

¿Recuerdas, mi niña, cuando te decía que era tu creador? Pues, es la verdad. Yo te creé, te creé de la nada y te inventé junto al silencio, en la esquina de mi cama. Te hice mujer y fui tu dueño…

En eso llevaba razón. Fue mi amo y señor durante mucho tiempo. Pero si es encantador – me decía mi madre – El marido perfecto – me decía mi padre. No sé cuántas veces tuve que oírlo, el empleado ideal, el amigo fiel, el padre bondadoso.

No sabes lo que yo he sufrido por ti. Si tu sufrimiento es sólo la mitad del mío, mayor es mi congoja. Te has ido sin decir adiós, y no eres capaz de dar señales de vida para calmar mi angustia. Ni siquiera sé con quién estas… Déjame demostrarte que puedes volver a confiar en mi. Si hubiera la más mínima posibilidad entre nosotros,  por remota que fuera, jamás lo lamentarás. Si una sola lágrima volviera a caer por tu mejilla por mi culpa, sería capaz de entregar mi alma al diablo.

Vivir con un hombre decía... Pasaron años hasta que lo conseguí de nuevo. Dos costillas rotas y un diente partido no es ninguna tontería. La noche en que me marché de casa, llovía. Menos mal que tuve suerte y los policías me ayudaron. La sombra de la exclusión social me cercaba. Fui acogida en una casa de mujeres maltratadas. No sé cómo pudo localizarme, después de dos años. No tardó mucho en quebrar la orden de alejamiento.  

Princesa – escribía - me estoy humillando ante ti para pedirte perdón. Eres lo mejor que me ha sucedido en esta vida. Mi rostro demacrado en el espejo me recuerda que no estás, que te has ido. Cierro los ojos y te veo inmaculada, llena de energía. Esa es la energía que me hace falta para seguir viviendo. Quiero que sepas, que a partir de ahora, si tú no estas, no mediré el peligro ni las consecuencias de mis actos. Y ten por seguro, que si no nos vemos en esta vida, en la otra nos encontraremos, estamos hechos el uno para el otro y eso no hay quien lo cambie.


Los ojos se me llenaron de lágrimas. Secretamente, esperaba la reconciliación de nuestro amor. Era una esperanza indecisa, vaga. La esperanza de un porvenir, el destino con el que toda mujer sueña. ¡Qué pena! A punto estuve de volver, pero los ojos de mi hijo me dieron la fuerza que necesitaba para alejarme y olvidarle. 

Te amo, te amo, te amo… Y al pequeño también. Vuelve a casa - rezaba el final de la carta.  


Minea.


No hay comentarios:

Publicar un comentario