Aquel
domingo, cuando despertaron a media mañana, Mary Sue estaba completamente
calva. Frederic ahogó un grito de espanto cuando la vió y se quedó inmóvil, pálido,
con la boca en forma de O. Cuando ella se llevó las manos a la cabeza, entró en
una crisis de histeria, al comprobar que lo que le decía su marido era cierto,
no le quedaba ni un solo pelo en la cabeza.
El
médico sólo acertó a inyectarle un sedante pues no tenía ni idea de qué había
podido suceder. El pelo estaba arrancado de tal forma, que Mary Sue no tenía ni
una sola herida en el cuero cabelludo. Después de practicarle varios análisis y
hacerle varias pruebas, determinaron que todo en ella estaba perfecto,
Después
de aquel suceso, Frederic y Mari Sue no volvieron a invitar a sus amigos, como
acostumbraban. Cada sábado por la noche se reunían en casa del matrimonio y charlaban,
hasta bien entrada la noche, de magia y de vida más allá de la muerte. Últimamente
habían jugado con la Guija e invocado a los espíritus. Tras unas cuantas
sesiones fallidas, por fin, apareció una imagen en el espejo del salón
principal.
-
Debe de ser una ilusión óptica –
dijo Frederic – el más incrédulo de todos, que participa de las veladas esotéricas
por agradar a su mujer - mientras intentaba tocar con las manos el rostro del
hombre que aparecía en el espejo.
-
Pues parece un mago – le respondió
Peter.
-
Que no, que no es un mago. Es un
alquimista – dijo John.
Cuando
se terminó la velada, la imagen desapareció. Al sábado siguiente, volvió a
aparecer en el mismo lugar, a la misma hora. Y, a partir de entonces, ocurrió
en tantas reuniones, que el mago, o el alquimista, o lo que fuera, pasó a
formar parte de aquellas tertulias como si fuera uno más del grupo. A partir de
la desgracia de Mary Sue, el fantasma no volvió a visitarlos.
Después
de muchos años, Mary Sue recibió una carta sin remite, fechada en el día de su
pèrdida. Presa del pánico, pues desde entonces había vivido y dormido con
miedo, increpó a Frederic para que la abriera. Él, un tanto temeroso, lo hizo y
comenzó a leer…
Mary
Sue, no sé cuándo te llegará esta carta, pues en mi mundo el tiempo no pasa
igual que en el tuyo. Te debo una disculpa. Debo explicarte lo que ocurrió para
que llegues a comprender el motivo por
el que me encarné en vuestro mundo.
Te
vi cepillarte el pelo decenas de veces, enfrente de mí. Tu melena era larga y
negra. Se ondulaba sobre tus orejas y caía rizada por tus hombros. Una, dos,
tres veces adelanté un dedo por el cristal, con la sola intención de darle
vida. No sé en cual de ellas lo conseguí, pero desde ese momento, tu pelo
comenzó a moverse libremente. Cuando dormías se extendía y reptaba por el
suelo como una serpiente. Aprendió a trepar hasta el espejo y a traspasarle. Una vez que rodeó mi cuello, no hubo vuelta atrás. Me imploraba que le llevase conmigo. No
podía hacer otra cosa, enamorado como estaba, que darme por vencido. Ahora, en
las noches de invierno me arropa como si fuera una manta de angora y en verano
se trenza para no darme calor. Dice que te de las gracias por los años que
cuidaste de él y que, a veces, hecha de menos tu champú de flores…
Sin
terminar de leer la carta, se miraron el uno al otro, sin decir una palabra.
Una lágrima de Mary Sue cayó sobre el papel envejecido. Frederic la besó varias
veces, como casi todas las mañanas, mientras iba colocandole el pañuelo, cariñosamente, con
sus manos.
Ahora creo que si, que ya he acortado todo lo que quería acortar y he dejado el texto más o menos bien. Ya me direis.
ResponderEliminarBs. Isa-