Mientras
cosía los últimos botones, Paula no podía dejar de recordar cuando era una niña
y su padre le leía un cuento y le daba un beso antes de dormir. La noche antes
de que vinieran los Reyes Magos la acostaban un poquito más temprano no sin
antes dejar tres copitas de anís para que sus Majestades de Oriente pudieran refrescarse
antes de proseguir su viaje. Los Reyes Magos tenían que trabajar mucho y
deprisa esa noche, se decía de niña. Y se preguntaba cómo era posible que
llegaran a las casas de todos los niños y cómo era que tenían tanto dinero para
comprar tantos regalos.
La
abuela, papá y mamá ya no estaban. Se ha ido al cielo, le dijo su madre cuando
su abuela murió. Supongo que estará en un lugar mejor, le dijo su padre cuando
su madre falleció. Hay que asumirlo, es ley de vida, les dijo el médico, a ella y a su marido, en el hospital cuando su padre dejó de
respirar.
Y
Paula continuó viviendo. Tenía un carácter alegre y una buena relación con su marido. En navidad,
procuraba seguir la tradición familiar y ella misma se ocupaba de comprar y
preparar toda la comida. En noche vieja le gustaba brindar con los suyos y
decir siempre que el año nuevo sería mejor que el anterior. Pero, el día que más seguía disfrutando de las
fiestas era el de los Reyes Magos. Cuando tuvo a su propia hija, Celeste, también
la acostaba más temprano el cinco de enero y le daba un beso o unos cuantos, antes de
dormir. Y todos los años compraba anís, como hacía su padre. Su marido,
cómplice de ella, se encargaba de envolver los regalos y dejarlos bajo el árbol
de navidad. Siempre había varios regalos
para Celeste, pero también había un regalo sorpresa para ella. Y ella procuraba
hacer lo mismo con su marido. Nunca eran regalos de gran valor económico, pero siempre tenían un gran valor
sentimental.
Cuando
Celeste se hizo mayor y descubrió que los Reyes Magos eran sus padres, éstos lejos
de llevarse un disgusto, decidieron hacer una excepción y gastarse los ahorros:
aquel año, los tres se bañaron en las playas del caribe en el mes de enero. ¡Cómo
se acordaba Paula de aquellas vacaciones!, ¡Y, caray, cómo había pasado el
tiempo!, ¡qué vieja estaba!. Le seguían gustando las fiestas pero le dolían
tantas ausencias. El último en marchar fue su marido y, aunque esto hizo que su
alegría y su ánimo se tambalease, siguió celebrando las navidades.
Mantenía
buena relación con su hija y su yerno, aunque en ese momento no estaban con
ella. Cuando dieron las doce, sacó la botella de anís y rellenó las tres
copitas. Las horas pasaban y el silencio reinaba en su casa y en la calle. La
mayoría de los niños estaban dormidos esperando a Melchor, Gaspar y Baltasar. Sólo
ella estaba despierta, inquieta y expectante.
A
las cinco de la mañana, sonó el teléfono. Esperanza, la hija de Celeste, había
nacido. Todo había ido bien, la niña había pesado casi 3 kilos y medía 52 centímetros.
Se parecía a su padre. Y la madre se recuperaría sin problemas. Cuando colgó el
teléfono, Paula lloró de emoción y con una delicadeza exquisita se agachó para
colocar debajo del árbol las chaquetitas de punto, los gorros de lana y los zapatitos
bordados con hilo de oro que había estado tejiendo durante los meses anteriores.
Y de pronto, un aroma de incienso y mirra inundó toda la sala. Cuando se incorporó, vio que las tres copas
estaban vacías. Paula respiró profundamente y dio gracias a la vida, a los
milagros y a los Reyes Magos.
Hola Isa, te cuento del relato.
ResponderEliminarUna cosita menor es esta repetición "sorpresa para ella. Y ella procuraba", donde el pronombre se repite.
Dado que el detalle de las copitas de anís es importante, creo que intentaría destacarlo más y abreviar, en cambio, todo el relato de las ausencias. El final me sigue gustando un montón.
Besos, preciosa.
Me pondré con ello... cuando pueda... que ultimamente estoy más liaaaa!!!! Ya sabes, una ve fallos en los textos ajenos, pero los propios los damos por terminados y no es así.
ResponderEliminarTambién me comentó Josheras una cosilla... O sea, que sí o sí, este relato lo tengo que repasar y corregir. A ver su puedo hacerlo en esta semana.
Besos. Y muchas gracias, Roci.
Isabel.
Una exquisita ternura y un ejercicio de madurez.
ResponderEliminarBonito de verdad este relato.
Besos Isabel.