sábado, 5 de enero de 2013

Los Reyes Magos. Minea.




Mientras cosía los últimos botones, Paula no podía dejar de recordar cuando era una niña y su padre le leía un cuento y le daba un beso antes de dormir. La noche antes de que vinieran los Reyes Magos la acostaban un poquito más temprano no sin antes dejar tres copitas de anís para que sus Majestades de Oriente pudieran refrescarse antes de proseguir su viaje. Los Reyes Magos tenían que trabajar mucho y deprisa esa noche, se decía de niña. Y se preguntaba cómo era posible que llegaran a las casas de todos los niños y cómo era que tenían tanto dinero para comprar tantos regalos.

La abuela, papá y mamá ya no estaban. Se ha ido al cielo, le dijo su madre cuando su abuela murió. Supongo que estará en un lugar mejor, le dijo su padre cuando su madre falleció. Hay que asumirlo, es ley de vida,  les dijo el médico, a ella y a su marido,  en el hospital cuando su padre dejó de respirar.

Y Paula continuó viviendo. Tenía un carácter alegre y  una buena relación con su marido. En navidad, procuraba seguir la tradición familiar y ella misma se ocupaba de comprar y preparar toda la comida. En noche vieja le gustaba brindar con los suyos y decir siempre que el año nuevo sería mejor que el anterior.  Pero, el día que más seguía disfrutando de las fiestas era el de los Reyes Magos. Cuando tuvo a su propia hija, Celeste, también la acostaba más temprano el cinco de enero y  le daba un beso o unos cuantos, antes de dormir. Y todos los años compraba anís, como hacía su padre. Su marido, cómplice de ella, se encargaba de envolver los regalos y dejarlos bajo el árbol de navidad.  Siempre había varios regalos para Celeste, pero también había un regalo sorpresa para ella. Y ella procuraba hacer lo mismo con su marido. Nunca eran regalos de gran valor económico,  pero siempre tenían un gran valor sentimental.

Cuando Celeste se hizo mayor y descubrió que los Reyes Magos eran sus padres, éstos lejos de llevarse un disgusto, decidieron hacer una excepción y gastarse los ahorros: aquel año, los tres se bañaron en las playas del caribe en el mes de enero. ¡Cómo se acordaba Paula de aquellas vacaciones!, ¡Y, caray, cómo había pasado el tiempo!, ¡qué vieja estaba!. Le seguían gustando las fiestas pero le dolían tantas ausencias. El último en marchar fue su marido y, aunque esto hizo que su alegría y su ánimo se tambalease, siguió celebrando las navidades.

Mantenía buena relación con su hija y su yerno, aunque en ese momento no estaban con ella. Cuando dieron las doce, sacó la botella de anís y rellenó las tres copitas. Las horas pasaban y el silencio reinaba en su casa y en la calle. La mayoría de los niños estaban dormidos esperando a Melchor, Gaspar y Baltasar. Sólo ella estaba despierta, inquieta y expectante.

A las cinco de la mañana, sonó el teléfono. Esperanza, la hija de Celeste, había nacido. Todo había ido bien, la niña había pesado casi 3 kilos y medía 52 centímetros. Se parecía a su padre. Y la madre se recuperaría sin problemas. Cuando colgó el teléfono, Paula lloró de emoción y con una delicadeza exquisita se agachó para colocar debajo del árbol las chaquetitas de punto, los gorros de lana y los zapatitos bordados con hilo de oro que había estado tejiendo durante los meses anteriores. Y de pronto, un aroma de incienso y mirra inundó toda la sala.  Cuando se incorporó, vio que las tres copas estaban vacías. Paula respiró profundamente y dio gracias a la vida, a los milagros y  a los Reyes Magos.

3 comentarios:

  1. Hola Isa, te cuento del relato.

    Una cosita menor es esta repetición "sorpresa para ella. Y ella procuraba", donde el pronombre se repite.

    Dado que el detalle de las copitas de anís es importante, creo que intentaría destacarlo más y abreviar, en cambio, todo el relato de las ausencias. El final me sigue gustando un montón.

    Besos, preciosa.

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  2. Me pondré con ello... cuando pueda... que ultimamente estoy más liaaaa!!!! Ya sabes, una ve fallos en los textos ajenos, pero los propios los damos por terminados y no es así.

    También me comentó Josheras una cosilla... O sea, que sí o sí, este relato lo tengo que repasar y corregir. A ver su puedo hacerlo en esta semana.

    Besos. Y muchas gracias, Roci.

    Isabel.

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  3. Una exquisita ternura y un ejercicio de madurez.
    Bonito de verdad este relato.
    Besos Isabel.

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