domingo, 27 de enero de 2013

Herminia y Los Crimenes de la Clase Bisnes. Alvaro


Mujer, ¿cómo no te vas a acordar? Si fue la noticia de todos los telediarios hace unos años. No, no, eso fue lo del motín a bordo. Esa historia pasó antes. ¿O fue después? Bueno, da igual.
El caso es que José y yo, por fin desde su jubilación, nos íbamos de viaje juntos. Yo siempre he querido ir a las Canarias. Y chica para una vez que me hace caso…  para allá que nos fuimos, a las islas afortunadas.

El avión no iba muy lleno, pues van y nos ponen en el último asiento. ¡Anda que! Bueno, asi nos separamos un poco de toda la chavalería, le dije a José. Porque iba como una excursión de colegio ¡y estaban armando una!, que la azafata les tuvo que reprender varias veces antes del despegue y todo.
Llevábamos un buen rato en el aire ya y le estaba diciendo a José que nada de alquilar un coche allí, que yo prefiero ir en autobús a todos los sitios, cuando dicen “por favor, hay algún médico a bordo” por la megafonía del avión. Luego aparece la azafata  buscando por el pasillo. Como no había nada de nada allí yo levanté la mano. Se acerca a mí y me dice, “señora, ¿usted es médico?” y le digo “no, no, pero mi marido es policía. El comisario Ramírez”. “Comisario retirado Herminia”, me dice José. Y la azafata, es que necesitamos un médico. Y le digo,  ¿pero hija, tú has visto quien va en el avión?
 Total que mandé a José con ella y me quedé esperando. Vi desde atrás que pasaban a la parte de delante del avión. Al bisnes, como yo lo llamo, y al pasar mi marido corrieron la cortinilla esa que separa la primera de la segunda clase. Que fastidio. Y este hombre que no volvía, se me hicieron eternos los cinco minutos.
¡José volvió con una cara!  Qué ha pasado. Le dije. Un pasajero, qué se ha muerto. Pero cómo. Pues que parece que un paro cardiaco. El señor empezó a ahogarse. Era un hombre bastante corpulento. Cuando llegó mi marido ya no tenía pulso. Estaba acabando de contarme toda la historia cuando apareció la azafata de antes corriendo por el pasillo. Señor comisario, dice gritando. Y yo. Ve, ve.  Dejándole pasar.
Allí me quedé yo, observando el avión desde mi posición. Las azafatas habían desaparecido todas en la zona de la primera clase. Pese a los gritos y a las carreras de José por el pasillo nadie parecía darse cuenta de lo que estaba pasando. Los pocos adultos del avión estaban más pendientes del lio que estaba armando aquella chiquillería.
Me estaba poniendo mala de estar yo allí sola. Estaba cada vez más preocupada, así que cogí mi bolso y me fui a ver que estaba pasando. Al pasar por la cortinilla, madre mía, ¡eso parecía otro avión distinto!  Nunca me he alegrado más de volar en turista. Las máscaras del avión colgaban de arriba y muchos pasajeros las llevabas puestas. Unas chicas jovencitas que estaban en la última fila estaban teniendo un ataque de nervios y estaban 2 azafatas con ellas intentando que se pusieran las máscaras. Vi a José al inicio del avión con una señora y la tercera azafata. Me dirigí hacia ellos. Señora, por favor,  qué está haciendo, haga el favor de volver a su asiento. Dijo al verme. Pero menos mal que José la calmó diciéndole que yo era su esposa. Cómo estaban llevando a la señora a la primera fila tampoco podía hacer mucho. Entonces me di cuenta. Esa señora estaba muerta y la estaban llevando entre los dos delante del avión, junto al lado del señor gordo. Que era el que se había muerto primero. Cuando por fin la colocaron mi marido me explicó que había tenido los mismos síntomas que el hombre hasta morir de ataque al corazón. La señora tendría unos 50 y pico, muy elegante. Al parecer viajaba en el asiento 2A, el hombre iba en el 1A. Así que pensaban que podía tratarse de un ataque por un virus, ya que los dos estaban cerca en el avión. Ninguno de los dos iba acompañado. La zona bisnes no era muy grande. Cuatro filas. En la fila una en la zona de la derecha iban un par de japoneses que se habían colocado las máscaras y estaban apretados contra la ventana. Apenas parecían respirar, claro, no debía ser muy agradable ver a los dos fiambres al otro lado del pasillo. Llevaban la cabeza entre las piernas. En la fila dos detrás de los japoneses. Había una madre con su hija adolescente. La chica estaba venga gritar que se ahogaba con la máscara. Detrás del asiento de la señora muerta el 3A, había un chico joven y una chica. Parecían recién casados, estaban medio llorando. A su derecha en la tercera estaban dos hombres con traje de mediana edad, ejecutivos creo yo. Por último, detrás iba otra pareja de extranjeros, negros ellos, en los asientos de la izquierda. Y a la derecha las dos chicas jóvenes histéricas.
Me quedé con José al final de la zona, me estaba contando lo de la señora y que las azafatas pensaban que las máscaras tal vez ya no sirviesen de nada. Yo estaba mirando al chico de la 3A cuando empezaron las toses y los ahogos. Pero no venían de él si no de la tercera fila al otro extremo. Uno de los hombres de traje. El de la 3F. Por la cara de las azafatas supe que estaba siguiendo los mismos síntomas que el hombre gordo y la señora. Fue muy desagradable, la verdad. En cuestión de un minuto o dos dejo de toser. Era la tercera víctima. El pánico se apoderó del resto de pasajeros. José me miró angustiado. Están cayendo como moscas, murmuró. Qué hacemos.
Entonces pensé. La teoría del contagio entre los pasajeros no tenía sentido. El hombre de la 3F estaba muy lejos de la mujer de la 2A. ¿Y por qué iban cayendo a ese ritmo? Cada 5 o 10 minutos. Fila 1, fila 2, fila 3. El siguiente sería de la cuarta fila. No era de extrañar que las chicas estuviesen de los nervios. Pero por qué ese orden. Entonces caí. La comida.  En primera clase siempre se sirve antes que a los turistas. Fui a las azafatas. ¿Les han dado ya la comida? Sólo cafés y tés y unas galletas, me dijeron.  Y claro, habían empezado por la fila 1.
Está en la comida, grité. 
No te puedes imaginar la que se armó en el avión. Todos los pasajeros vomitando. Aquello fue asqueroso. Pero funcionó. El comandante anunció que aterrizaríamos de emergencia en menos de 20 minutos en Sevilla. No hubo más víctimas, gracias a Dios.  Días después, la policía confirmó que el café estaba adulterado con un veneno muy parecido al arsénico. Al parecer debido a los recortes en la compañía unos locos del personal de tierra decidieron pasar a la acción.  ¿De verdad no te acuerdas de esa noticia? Menuda se lió, aunque también es verdad que al final no echaron al 50% de la plantilla.
En fin chica, el caso que durante la investigación estuvo mi marido ayudando a la policía. Unas dos semanas. El tiempo que habríamos tenido que estar en Canarias. Al final, ni viaje, ni gaitas. Menos mal que al año siguiente mi hija me regaló otro viaje. Claro que lo que nos pasó en Nueva York es para contarlo. Pero eso ya te lo narro otro día que viene mi hijo el pequeño para dejarme al nieto. Y tengo que acabar el cocido para mi hija. Ay, sí mujer. ¡Qué vida esta!

1 comentario:

  1. Jeje, bien, Alvaro, bien. Entre lo policiaco y el humor. He visto algunas cosillas para corregir,de sintaxis más que nada, pero ahora no me puedo parar en ello, cuando tenga un ratillo, lo hago.

    Besos. Isa.

    ResponderEliminar