sábado, 23 de marzo de 2013

La única fotografia. Minea.





Lo único que tengo es esta fotografía. No se vé demasiado bien porque se movió en el momento de hacerla y  la máquina no era buena. Hice la fotografía en el jardín de San Petesburgo. Hice algunas más, pero todas desaparecieron, excepto esta que guardé entre mis ropas, el día que nos detuvieron. Cuando entraron y nos pusieron a todos contra la pared, una de mis hermanas se desmayó, pero no nos permitieron que la auxiliaramos. 
Se llevaron el dinero y el oro. También las fotografías y las cartas que yo tenía en el cajón de la cómoda. Las cartas... ¡No me dejaron ni una para poder recordar su letra! Escribía con una caligrafía preciosa. No las he olvidado, créame. Todas las noches recito en voz baja, para mí misma, un trocito. Recordar sus palabras es lo que me ha ayudado a resistir. Es como si rezara, sabe. Él me enseñó a rezar. Nos conocimos el día en que mi madre, Alexandra, le llamó para atender a mi hermano pequeño y él le salvó la vida. Creo que fue hacia primeros de mayo porque yo llevaba una rosa en la mano. Rasputín era el médico personal de mis padres y pasaba por casa a menudo. Tenía mucho trabajo, no paraba ni un momento. A veces, iba dando charlas por las calles de la ciudad contando lo que había apredido cuando cruzó Siberia. 
Era un líder. Mi líder, guapísimo, de mirada penetrante y turgentes labios. Y sí, tuvimos un romance. No me arrepiento.Vivimos un tiempo feliz. Él vivía en palacio y encajó bien en nuestra familia. Mis padres lo querían pero Yusunov, el hermano de mi padre, le odiaba. Él y sus secuaces habían jurado darle muerte. 
Y qué muerte tuvo ¡Dios mío! Mi tío intentó envenenarle y no lo consiguió. Al ver que el veneno no había resultado efectivo, le dispararon a las piernas y al vientre. Creyéndole muerto, le envolvieron en una manta y le arrojaron al rio.
Estuve varias horas buscándole. Cuando descubrí su cuerpo, aún respiraba. Estaba hundido en el fango, cerca de la orilla del río. Intenté sacarle de allí, pero mis manos eran débiles para aguantar su peso. La corriente del río se lo llevaba, ante mi impotencia de no poder hacer nada. Ví como se ahogaba y, en ese momento, también se ahogaron mis sueños. Si hubiera vivido, nos habríamos casado. Él representaba todo lo bueno para mí, todo lo bueno y todo lo bello de aquel mundo que comenzaba a tambalearse.
Después de su muerte vino la guerra y la victoria del enemigo. Ha pasado el tiempo, rápido como un rayo. El pelo se me ha cubierto de canas y tengo la piel llena de arrugas. He vivido el horror de la guerra y he sobrevivido a la ejecución de mi familia. Ya, vieja y cansada, sólo deseo una cosa. No sé si será posible, pero ¡me gustaría tanto! Mire, ¿no podrán hacer un buen retrato de esta fotografía, aunque la imagen esté un poco movida y el papel amarillee por los años? Pagaré lo que haga falta. ¿Mi nombre? ¿Qué cual es mi nombre?... Oh, doctor, ya me lo ha preguntado unas cuantas veces. Y yo le vuelvo a repetir que no tengo doble personalidad. ¿Sabe una cosa?... Sus ojos cambiaban de color según se reflejaba en ellos la luz del sol. 

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