Llegaba a
casa del trabajo, se deshacía de su ropa por el pasillo y con una
necesidad arrogante se metía bajo de la ducha. Nada más entrar comenzaba a
restregarse con jabón de lagarto y con un estropajo de tiempos de su abuelo –
dijo Carmen mientras miraba con cierta compasión a Elena - Desde el baño me
contaba que se había dado cuenta de que los gérmenes se le metían
dentro y gritaba:
- ¡Que te den,
mundo! ¡Que sepas que te desprecio! ¡Ahora me voy a lavar hasta que mate todas
tus bacterias!
Y después de
aflorar la sangre - continuó hablando - paraba de cepillarse y se sentaba en el
asiento del baño. Estaba mucho tiempo en la misma posición, mojado, jugando con
el tapón y cambiando el agua continuamente. Siempre me sorprendió su capacidad
de reflexión después del brote nervioso. Hablaba y hablaba sin parar de las mil
cosas que le aterraban. Luego, soltaba unas lágrimas y volvía a meterse en el
torbellino del agua.
- ¡Hay te
quedas, vida! Voy a limpiarme de todo con lo que me infectas – se le oía decir
tras la puerta.
Se lavaba las manos
en grupos de tres. Se enjabonaba tres veces y se aclaraba otras tres. Utilizaba
para secarse tres toallas, una para el pelo, otra para la cara y otra para el
cuerpo. Tenían que estar completamente limpias, por que si no, no las utilizaba
y volvía inmediatamente al exorcismo del agua.
Hasta que aquel
día no salió - se le quebró la voz cuando
afloraron las lágrimas en los ojos de Elena, pero continuó describiendo
su desdicha - Cuando llegué la puerta del baño estaba entreabierta. Un
escalofrío me recorrió el cuerpo al ver sobre el suelo la pastilla de jabón
gastada y el azulejo roto. El agua sucia dejaba un leve rastro de sangre
diluida y tuve que llamar a la policía. Vino el juez a levantar el cadáver.
- ¡Qué alivio
sentí cuando se lo llevaron! Lo único que me dolió es que mi niño lloriqueaba
mientras jugaba con el patito de colores. Hoy, hace justo veinticinco años.
- Ay,
Carmen... - balbuceó Elena - cuando se
levanta se mete directamente al cuarto de baño. Dice que los ácaros de las
sabanas le muerden el alma. Sólo él puede lavar su ropa, no permite que yo se
la toque. La espuma llega a desbordarse en la bañera. Lleva cinco días
rascándose sin descanso.
Carmen esbozó
una mueca desagradable, mientas apagaba con desgana el cigarrillo.
- Ay, Carmen,
tú… tu me engañaste... Nunca me contaste lo de tu marido, no me contaste lo de
tu hijo y me has dejado aquí, sola con él y con las horas que tarda
en doblar una toalla. Sigue rascándose, haz algo, por dios, que se va a matar.
- ¡Hoy no
salgo, mundo! ¡Quédate con tus insectos, que no quiero que toquen mi cuerpo!
¡Quédate con todos tus microbios!
- ¡Hijo, por
dios, sal del baño! – espetó Carmen.
- ¡No! ¡Tengo
que cambiar el agua, que está sucia!
- ¡Hijo,
acuérdate de tu padre! – le gritó Carmen desde el otro lado de la puerta.
- ¡Mi padre fue
un desgraciado! ¡Y nunca te hizo nada!
- Elena… ¡llama
a emergencias! ¡que vengan a por él!
- ¿Qué coño
estais diciendo? ¡Que a mi no me lleva nadie, y menos a un hospital Si, para
que se me cuelen por dentro los gérmenes, para que me infecten con enfermedades
biológicas, para que me metan agujas en las venas y me contagien todos los
virus. ¡Yo no salgo de aquí, a no ser que sea muerto!
- ¡Hijo, abre
la puerta! ¡Elena, llama ya, joder! ¡Y pide un médico!
- ¿A quien vais
a llamar para contarle mi vida, eh? ¿A quien le importa lo que me pasa? -
vociferaba desde dentro - ¿Qué haceis? ¡Como no sueltes el teléfono, te juro
que te mato! – dijo al oir como Elena estaba marcando el número.
Y, en ese
momento, saltó de la bañera al suelo y con el impulso perdió el equilibrio al
pisar el suelo mojado. El golpe fue seco. Las mujeres no pronunciaron ni una
sola palabra y contemplaron aterradas los ojos sin vida de él. Fue entonces
cuando la manguera de la ducha se precipitó y rompió otro de los azulejos.
Casi surrealista, kafkiano.
ResponderEliminarEntiendo esa suciedad que la vida te deja dentro de la piel.
Besos, Isabel.
Besos, Pablo. Muchas gracias por tu comentario, aún me queda mucho por llegar a Kafka, pero algún día, algún día....
ResponderEliminarUn abrazo, Isabel.