viernes, 26 de diciembre de 2014

Filtro mojado (Minea)








Llegaba  a casa del trabajo,  se deshacía  de su ropa por el pasillo y con una necesidad arrogante se metía bajo de la ducha. Nada más entrar comenzaba a restregarse con jabón de lagarto y con un estropajo de tiempos de su abuelo – dijo Carmen mientras miraba con cierta compasión a Elena - Desde el baño me contaba que se había dado cuenta de que los gérmenes se le metían dentro y gritaba:

- ¡Que te den, mundo! ¡Que sepas que te desprecio! ¡Ahora me voy a lavar hasta que mate todas tus bacterias!

Y después de aflorar la sangre - continuó hablando - paraba de cepillarse y se sentaba en el asiento del baño. Estaba mucho tiempo en la misma posición, mojado, jugando con el tapón y cambiando el agua continuamente. Siempre me sorprendió su capacidad de reflexión después del brote nervioso. Hablaba y hablaba sin parar de las mil cosas que le aterraban. Luego, soltaba unas lágrimas y volvía a meterse en el torbellino del agua.

- ¡Hay te quedas, vida! Voy a limpiarme de todo con lo que me infectas – se le oía decir tras la puerta.

Se lavaba las manos en grupos de tres. Se enjabonaba tres veces y se aclaraba otras tres. Utilizaba para secarse tres toallas, una para el pelo, otra para la cara y otra para el cuerpo. Tenían que estar completamente limpias, por que si no, no las utilizaba y volvía inmediatamente al exorcismo del agua.

Hasta que aquel día no salió - se le quebró la voz cuando  afloraron las lágrimas en los ojos de Elena, pero continuó describiendo su desdicha - Cuando llegué la puerta del baño estaba entreabierta. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al ver sobre el suelo la pastilla de jabón gastada y el azulejo roto. El agua sucia dejaba un leve rastro de sangre diluida y tuve que llamar a la policía. Vino el juez a levantar el cadáver.

- ¡Qué alivio sentí cuando se lo llevaron! Lo único que me dolió es que mi niño lloriqueaba mientras jugaba con el patito de colores. Hoy, hace justo veinticinco años.

 - Ay, Carmen... - balbuceó Elena -  cuando se levanta se mete directamente al cuarto de baño. Dice que los ácaros de las sabanas le muerden el alma. Sólo él puede lavar su ropa, no permite que yo se la toque. La espuma llega a desbordarse en la bañera. Lleva cinco días rascándose sin descanso.

Carmen esbozó una mueca desagradable, mientas apagaba con desgana el cigarrillo.

- Ay, Carmen, tú… tu me engañaste... Nunca me contaste lo de tu marido, no me contaste lo de tu hijo y me has dejado aquí, sola con él y con las horas que tarda en doblar una toalla. Sigue rascándose, haz algo, por dios, que se va a matar.

- ¡Hoy no salgo, mundo! ¡Quédate con tus insectos, que no quiero que toquen mi cuerpo! ¡Quédate con todos tus microbios!

- ¡Hijo, por dios, sal del baño! – espetó Carmen.

- ¡No! ¡Tengo que cambiar el agua, que está sucia!

- ¡Hijo, acuérdate de tu padre! – le gritó Carmen desde el otro lado de la puerta.

- ¡Mi padre fue un desgraciado! ¡Y nunca te hizo nada!

- Elena… ¡llama a emergencias! ¡que vengan a por él!

- ¿Qué coño estais diciendo? ¡Que a mi no me lleva nadie, y menos a un hospital Si, para que se me cuelen por dentro los gérmenes, para que me infecten con enfermedades biológicas, para que me metan agujas en las venas y me contagien todos los virus. ¡Yo no salgo de aquí, a no ser que sea muerto!

- ¡Hijo, abre la puerta! ¡Elena, llama ya, joder! ¡Y pide un médico!

- ¿A quien vais a llamar para contarle mi vida, eh? ¿A quien le importa lo que me pasa? - vociferaba desde dentro - ¿Qué haceis? ¡Como no sueltes el teléfono, te juro que te mato! – dijo al oir como Elena estaba marcando el número.

Y, en ese momento, saltó de la bañera al suelo y con el impulso perdió el equilibrio al pisar el suelo mojado. El golpe fue seco. Las mujeres no pronunciaron ni una sola palabra y contemplaron aterradas los ojos sin vida de él. Fue entonces cuando la manguera de la ducha se precipitó y rompió otro de los azulejos.


2 comentarios:

  1. Casi surrealista, kafkiano.
    Entiendo esa suciedad que la vida te deja dentro de la piel.
    Besos, Isabel.

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  2. Besos, Pablo. Muchas gracias por tu comentario, aún me queda mucho por llegar a Kafka, pero algún día, algún día....

    Un abrazo, Isabel.

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